Domingo 5 de Pascua "B"

 


Act 9, 26-31

Salm 21

1 Jn 3, 18-24


Jn 15, 1-8

 

                  El Evangelio de hoy viene a atacar la raíz de incredulidad que hay en nosotros debido al pecado original. Ese pecado es la tentación de pensar mal de Dios, de dudar de que su voluntad sea algo bueno para nosotros. San Juan repite una y otra vez que su voluntad es que todos se salven, es la vida eterna. Hoy nos repite que esa voluntad es que demos fruto, que tengamos fiesta (vino). La voluntad de Dios es la Eucaristía; pues ¿Dónde está la Gloria de Dios? En la bendición, en la acción de gracias.

 

El Salmo que hemos cantado es la segunda parte del salmo 21, el que Jesús recita en la Cruz. El salmo nos hace ver que la razón de la Encarnación, de la Pasión y de la Resurrección, es nuestra salvación, es que podamos dar esos frutos.

 

                  Si continuáramos proclamando el Evangelio, un poco más adelante, nos recordaría Jesús que no le hemos elegido nosotros a él, sino él a nosotros. Pero ya lo dice implícitamente cuando asegura que somos sus sarmientos, que el Padre nos ha injertado en él, y nos cuida y nos poda. 

 

                  Es importante recordarlo para afrontar el combate de que nos hablaba la epístola, un combate entre la consciencia y el Espíritu. La consciencia, cumpliendo su misión, no nos permite engañarnos: nos muestra nuestra verdad, nuestra nada, nuestra necesidad de Cristo. Pero el Espíritu es más que nuestra consciencia y es el que nos lleva a la fe, a la obediencia, a la unión con Cristo, a dar frutos.

 

Por último, el Evangelio, recordándonos el permanecer en Cristo, nos hace ver que Dios cuenta con nosotros, que no somos espectadores pasivos. Podemos acoger o rechazar la Palabra, podemos acoger o rechazar el Espíritu que es el que nos da el querer y el poder, la unión con Cristo y el poder dar frutos. 

 

                  Permanecer unidos a Cristo es permanecer unidos a su Cuerpo, a la Iglesia, a su ser y a su misión. En los Hechos hemos proclamado la “Reditio” de san Pablo ante la Iglesia Madre y como tras proclamarla, se lanza a la misión evangelizadora. Nos unimos a Pablo, recordando nuestra propia Reditio, cuando en la asamblea Eucarística, proclamamos nuestra fe, que es la fe de la Iglesia. Esa fe es la que hace de la Eucaristía una “Misa”, un envío: “Ite, misa est”.

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