Ascensión del Señor "B"
Act 1, 1-11
Salm 46
Ef 1, 17-23
Mc 16, 15-20
La fiesta de la Ascensión pone el broche de oro a la vida de Jesús en este mundo. Una vida obediente al Padre, que, por amor al Padre y compartiendo el amor del Padre hacia la humanidad, se encarna, comparte todas las vicisitudes humanas, muere, baja al sepulcro y resucita para subir al cielo, abriendo el camino hacia el Cielo, hacia Dios, a todos los hombres.
El salmo nos invita a alegrarnos de esta Victoria de Cristo, que es ya nuestra victoria. Lo dicen con mayor claridad el prefacio de la fiesta (“No se ha ido para desentenderse de este mundo, sino que ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino”) y sobre todo en la oración colecta que hemos rezado después de proclamar el Gloria (“porque la ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y donde nos ha precedido él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros, como miembros de su cuerpo”)
La Epístola nos recordaba que la Fiesta de Hoy no sólo nos revela el sentido de la vida humana de Cristo, sino también el de nuestra vida. Pues, aceptando con Cristo el don de nuestra existencia, y aceptando las vicisitudes de nuestra vida, aprendemos a ir muriendo con Cristo, y estar sepultados con Cristo para resucitar y subir al Cielo con Cristo.
La fiesta de hoy nos recuerda que estamos de parto. La creación entera está de parto. La historia, nuestra historia es como un seno donde se está gestando una nueva humanidad que nace a la Vida de Dios, que nace entrando en la eternidad, entrando en el cielo. Lo primero que nace es la Cabeza, y después va el resto del cuerpo.
Por ello, el evangelio nos exhorta a permanecer en Jerusalén. Permanecer en Jerusalén, es permanecer en el Cuerpo de Cristo, permanecer unidos como los sarmientos a la Vid para, en Cristo, dar frutos de comunión y frutos de misión. La Ascensión y Pentecostés edifican la Iglesia, edifican la comunidad, como misterio de comunión y de misión. “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio”.
Importante hacer nuestra la oración que haremos al final de la Eucaristía. “Dios todopoderoso y eterno que, mientras vivimos aún en la tierra, nos das parte en los bienes del cielo, haz que deseemos vivamente estar junto a Cristo, en quien nuestra naturaleza humana ha sido tan extraordinariamente enaltecida que participa de tu misma gloria”. Para subir al Cielo con Cristo, para nacer en ese parto, lo fundamental, como miembros, es permanecer unidos a nuestra Cabeza
No está en nosotros el querer ni el poder: necesitamos el Espíritu que gima en nuestro interior. Animo que ya viene Pentecostés.
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