Domingo 6 de Pascua "B"
Act 10, 25-26; 34-35; 44-48
Salm 97
1 Jn 4, 7-10
Jn 15, 9-17
Las lecturas de hoy pueden parecer bonitas y fáciles de entender, pero llevan una enorme carga de profundidad. La palabra “amar” aparece por doquier y muchos de los que la escuchan corren el peligro de entenderla en un sentido romántico, dulce, empalagoso. Quienes tienen el oído abierto no caen en esa tentación
Sabemos bien que el “amor” del que hablan las lecturas no es un amor “humano”, “carnal”.Sabemos que en el lenguaje común muchas veces se confunde el amor con un egoísmo a dos, el egoísmo en grupo, o con un puro y duro egoísmo. Pero tampoco se refiere a los amores humanos buenos, positivos (de los que habló Benedicto XVI en “Deus est amor”). No es un amor de complementariedad (el amor erótico), ni la filantropía (el amor hacia el que lo necesita o el que sufre).
La Palabra de Dios nos habla del amor sobrenatural, de la “Cáritas”, un amor que sólo conocemos por Revelación y que sólo podemos vivir si somos Hijos de Dios. Un amor que hemos conocido porque, como decía la Epístola “Dios nos ha amado primero” y porque, como nos recordaba el Evangelio ¨No me habéis elegido a mí, sino he sido yo quien os ha elegido”. Hemos sido elegidos para conocer, amar y testimoniar ese amor.
Un amor gratis que escandaliza: “Como el Padre me amó yo os he amado”. Pero… ¿cómo ha amado el Padre a Cristo? Miremos a Cristo crucificado: ¿El Padre ha amado a Cristo preparando para Él una Cruz? El Padre ha amado al Hijo compartiendo con Él su naturaleza, su amor incondicional hacia su creación, hacia el hombre hundido en el pecado y la muerte, su deseo de salvar al hombre. “Mirad y ver el amor sobre la Tierra: el Padre que sacrifica al hijo y el hijo querido que le ofrece su cuello”
Y… ¿cómo nos ha amado Jesús a nosotros? “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Nos ha amado obedeciendo al Padre, coronando su mente de espinas, clavado en la cruz, y dejándose traspasar el corazón, para entregarnos su Espíritu, para entregarnos su propio amor.
En la Primera lectura hemos proclamado como Pedro participa ya de ese amor que le lleva a crucificar su mente y obedecer a Dios. Dios le ha ayudado por medio de la visión de la comida con alimentos impuros a entender la locura de ese amor gratuito de Dios que quiere alcanzar a todos sin excepción.
Y el Salmo nos invita de nuevo, a vivir la Eucaristía como misión. Como en María, la proclamación de las obras del Señor en nosotros son una invitación a todos los hombres a conocer el amor de Dios y entrar en la alabanza.
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