Domingo 13 "B"
Sb 1, 13-15.2, 23-24
Sal 29
2 Co 8, 7-15
Mc 5, 21-43
La Palabra de hoy nos recuerda el fundamento de nuestra fe: nuestro Dios es un Dios Vivo que ama profundamente la Vida. Dios no ha creado al hombre, no nos ha creado para jugar con nosotros un rato y destruirnos después. Nuestro Dios es un Dios de vivos porque todos están vivos para él. Dios nos ha creado para la vida y para la Vida Eterna.
Por la fe sabemos la diferencia que hay entre morir y experimentar la muerte. Lo ha dicho Jesucristo claramente: “La niña no está muerta, está dormida”. Desde la fe, morir es dormirse, dormirse en el Señor. Morir es hacer Pascua con Cristo y es con mucho lo mejor porque es estar ir donde está él. La muerte es el “Dies Natalis”: el día de nuestro parto a unos cielos nuevos y la tierra nueva. Es una metamorfosis, una transfiguración. Porque este ser corruptible nuestro tiene que revestirse de incorruptibilidad y este ser mortal tiene que revestirse de inmortalidad.
Pero por envidia del diablo entro la muerte en el mundo y la experimentan los de su bando. Los de su bando son los que escuchan su palabra y le dan la razón. Como la Palabra de Dios se hace carne en nosotros, también la palabra del maligno puede hacerse carne en nosotros, como ocurrió con Adán y Eva.
Aceptando que Dios no es amor, que la vida que te ha dado no es vida, que el hombre no tiene solución, que tú no tienes solución, ves que estás desnudo. Es decir: sin vida y perdiendo la poca que tienes a chorros, como la mujer hemorroisa. Perder todo lo que amas, perder la esperanza como la familia de Jairo. Experimentar la muerte es experimentar el sinsentido de todo, la oscuridad, el absurdo, la soledad, la ruina interior, experimentar el infierno.
Pero hay una buena noticia: Cristo ha venido a deshacer la obra del diablo. Ha bajado y baja hoy a nuestras muertes, a nuestros infiernos para decirnos como en la homilía que leemos el sábado santo: “Despierta tú que duermes porque Dios no te ha creado para permanecer en el sepulcro” y extiende su mano, como hizo con Adan, para agarrarte y sacarte de lo profundo del Seol.
Lo importante, como cantamos en ese canto inspirado en el Evangelio de hoy: el contacto con Cristo. Tocar a Cristo con fe como la mujer hemorroisa o dejar que Cristo te toque y te levante como a la niña, sabiendo que Cristo no tiene ascos de ti, no tiene miedo de contaminarse contigo.
Sabemos que hemos pasado de la muerte a la Vida porque amamos a los hermanos. Y por eso podemos compartir como nos recordaba la epístola a los Corintios. Cristo nos entrega su vida, su generosidad, su amor para que podamos compartirlo. Y no sólo con los hermanos, sino que, conociendo el inmenso amor de Dios por la vida desde su concepción hasta su pleno complimiento, hace de nosotros portadores y comunicadores del Evangelio de la Vida.
El Señor como a la Hija de Jairo también ha dicho. Dadle de comer. Y el Señor prepara para nosotros el alimento de la Vida Eterna: recibámoslo en la Eucaristía.
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