Domingo 24 "B"

 


Is 50, 5-9

Sal 114

St 2, 14-18


Mc 8, 27-35

 

 

            Demos gracias a Dios porque el Señor nos ha abierto el oído para que podamos escuchar como discípulosPor ejemplo: para que podamos escuchar y acoger como buena noticia, como amor de Dios la carta de Santiago que estamos proclamando estos domingos. 

 

Porque si no tenemos el oído abierto, la carta de Santiago que hemos proclamado hoy nos podría escandalizar. Escandalizar en el sentido de ser “piedra de tropiezo”, algo que nos apartara del camino que Dios ha iniciado en nosotros. Pues parecería que mientras San Pablo insiste en sus cartas por activa y por pasiva que lo que nos salva es la fe, no las obras, Santiago quisiera volvernos a las obras de la ley, al cumplimiento. 

 

Pero Santiago no nos habla del cumplimiento, nos habla de “las obras DE LA FE”. Y viene a recordarnos que la fe no es simplemente aceptar una serie de afirmaciones. La fe es recibir una Palabra que se encarna en nosotros, es recibir un Espíritu Nuevo, un Corazón Nuevo que nos permite vivir el Shemá, el amor a Dios con todo el corazón, con toda la mente, con todas las fuerzas y el amor al prójimo como a uno mismo. La fe, si es de verdad, cambia nuestras vidas. 

 

La fe nos une profundamente a Cristo y nos abre el oído como Él lo tenía abierto. Y por eso Jesús sabía que la intimidad con el Padre, la elección, el ser el Mesías, el ser Hijo, no era un privilegio, sino una misión. Era compartir con el Padre su amor hacia una humanidad que vivía en la oscuridad en las sombras de la muerte, y, entrando en la historia que el Padre había preparado para Él, obedeciendo al Padre, da la vida en rescate por muchos.

 

Porque el discípulo no es más que su maestro. La fe que nos une a Cristo nos lleva, como a Él, a amar al Padre, amar su voluntad, y dejando que el amor de Dios habite en nosotros, tomar nuestra cruz y compartir su misión, sabiendo que como hemos proclamado en el Salmo: el Señor escucha nuestra voz suplicante, el Señor está cerca y nos salva.

 

Como siempre, el Salmo nos invita a confesar nuestra fe. Nos ayuda a hacer nuestra Reditio. Pues son los vivos, los que tiene fe, los que bendicen al Señor.         

 

            Pero… y si vemos que nuestra vida no refleja esta fe, que nuestra fe esta muerta o moribunda…¿qué hemos de hacer? ¿Volver a la Ley, al cumplimiento? El Señor nos llama continuamente a la Conversión y la conversión siempre va unida a creer en el Evangelio, en la Buena Noticia: “Convertíos y creed en el Evangelio”. Y pedir al Señor que nos abra el oído, que nos dé la fe, o que aumente nuestra fe.

 

            Que la confesión de fe que hacemos en la Eucaristía, sea no sólo de palabra sino con nuestro corazón y con nuestra vida

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