Inmaculada Concepción 2024

Gn 3, 9-15.20
Sal 97
Flp 1, 4-6.8.11
Lc 1, 26-38

 

Hemos iniciado esta celebración entrando en procesión el Icono con el mensaje que la Virgen inspiró a Kiko. Es un signo que viene a recordarnos el regalo que para nosotros es María y todos los dones, todas las gracias que hemos recibido a través de ella, especialmente el don de este Camino de renovación de nuestro bautismo, fruto de otro gran don: El Vaticano II que la Virgen inspiró a San Juan XXII un 8 de Diciembre.

Pero, sin duda el mayor don de María es su propio Hijo Jesucristo. Él es el autor de la vida, la fuente de todas las bendiciones y de todos las gracias. El Icono muestra la unión profunda e inseparable entre María y Jesús, entre la Madre y el Hijo, ambos mirando con un amor inmenso hacia nosotros, con una inmensa misericordia por la heridas que el pecado causa en nosotros, ambos obedientes a la Voluntad del Padre y en la obra de redención, de salvación y de santificación de los hombres.

La fiesta de hoy viene a recordarnos la fuerza y la potencia de la Gracia de Dios, del amor gratuito de Dios. Y nos recuerda que todo es Gracia. María muestra la verdad de lo que hemos proclamado en la Carta a los Efesios: que Dios nos ha destinado antes de la creación del mundo a ser santos e inmaculados por el amor, por su amor. La gracia que a ella se le concedió desde su Concepción para que el Hijo de Dios se encarnara, se nos ofrece ahora a nosotros para que el Hijo de Dios se encarne en nosotros.

 

El “Amén” de María la convierte en un seno de Gracia, en esa matriz donde pueden ser generados y regenerados los Hijos de Dios. Nuestro “Amén”, a la vez que nos introduce en ese seno de Gracia para nacer de nuevo, del agua y del Espíritu Santo,, nos une a María para ser con ella en la Iglesia parte de ese seno de misericordia 

 

Dios cuenta con nosotros, como en su momento contó con María, necesita nuestro Amén hoy. Necesita que aceptemos su amor gratuito para comunicar este amor al mundo. Podemos decir “no” a este amor y ese “no” será totalmente nuestro, culpa nuestra. Pero hemos de saber que si respondemos, como María, “Amén”, ese amén será también don de Dios, gracias de Dios, para que nadie se engría, nadie se gloríe, robándole la gloria a Dios.

María, esa gran señal que aparece en los cielos anunciando la derrota del Dragón, nos invita a alegrarnos, no por nuestras obras, sino por la obra de Dios en nosotros.   Alegrarnos y poner nuestra confianza en Dios, como nos recordaba la segunda lectura: “Que el que ha inaugurado esta buena obra en vosotros, la llevar-a adelante hasta el Día de Cristo Jesús”.

Unámonos a alegría que nos comunica el Salmo y hagamos Eucaristía con María, que nuestra Eucaristía sea ese Magníficat que María proclama eternamente.

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