2º Domingo de Navidad 2025
Eclo 24, 1-2.8-12
Sal 147
Ef 1, 3-6.15-18
Jn 1, 1-18
Hemos proclamado en el Evangelio que a Dios nadie lo ha visto nunca es el hijo unigénito el que lo ha dado a conocer. La liturgia de este domingo nos invita en esta fiesta tan llena de contenido y tan centrada en el hijo encarnado y en su familia humana a que no olvidemos al que es el autor y la fuente de todo: el Padre.
Hay una necesidad profunda del hombre, una llamada en su corazón a ver el rostro de Dios. Dice el salmo: “Busca el rostro de Dios. Buscaré tu rostro señor, no me ocultes tú tu rostro”. En algunos pasajes del Antiguo Testamento se afirma que no es posible ver el rostro de Dios y seguir vivo. Ello no se debe a que el rostro de Dios es tan terrible que mata, sino a que es tan hermoso, tan lleno de luz, de bondad, de amor, que es como vivir el Cielo y no aguantaríamos volver a esta vida mortal.
Cristo es el rostro humano de Dios. “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Cristo es la luz que ilumina el rostro de Dios sobre nosotros, es la Palabra que nos revela al padre.
El inicio de la primera lectura es sorprendente: La Sabiduría hace su propia alabanza y se gloría en medio de su pueblo. Podríamos preguntarnos… ¿y la humildad de la Sabiduría? La humildad es la verdad, no es una falsa humildad. La Palabra de Dios no nos prohíbe gloriarnos, pero sí nos dice que el que se gloríe que se gloríe en el señor. Recordemos el salmo 40 que dice: “Yo me glorío en el Señor; lo escuchen los humildes y se alegren”.
El deseo profundo del hijo de Dios es que el nombre de su padre sea glorificado: Santificado sea tu nombre. Es lo que hace la Sabiduría Encarnada: proclamar que el Padre es el autor y la fuente de la salvación, salvación que Él inicia enviando a su Palabra, a su Hijo encarnado al mundo, a nosotros.
En la carta a los efesios, Pablo se gloría en la fe y el amor que él percibe en la Comunidad de Éfeso. Pero, ello le lleva a bendecir al Padre, fuente de todas las bendiciones, y a pedir que el padre ilumine los ojos de la comunidad para comprender cuál es la esperanza a la que les llama. La esperanza que tendremos tan presente en este año jubilar.
Por último, el salmo invita a Jerusalén, nos invita a nosotros, a bendecir cantando a nuestro Dios. Y nos recuerda todos los regalos que hemos recibido de él; sobre todo el regalo de Palabra que Él envía a la Tierra para que habite en su pueblo. Y toda la liturgia nos invita a la misión, a ser Juan Bautista, a dar Testimonio de la Luz, a ser la Voz que da testimonio de la Palabra. Confesemos, pues, nuestra fe y vivámoslo en esta Eucaristía.
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