Domingo 3 Tiempo Ordinario "C"
Neh 8, 2-6.8-10
Sal 18
1 Co 12, 12-30
Lc 1, 1-4; 4, 14-21
La iglesia nos invita este domingo especialmente a dar gracias al Dios por el don de su Palabra en las Escrituras. Estas Escrituras que, como nos recordaba el inicio del Evangelio de Lucas, vienen a consolidar nuestra fe, a animar nuestra fe. Estas Escrituras que contienen la Palabra. Palabra que, acogiéndola, nos hizo Hijos de Dios y que ahora se nos da como alimento.
Para poder gustar esta Palabra, el Señor ha tenido que abrirnos el oído como vemos en la lectura de Nehemías. Y lo ha hecho, como lo hizo con el pueblo de Israel, a través de la prueba, de la Cruz. Nos ha hecho sentir hambre y sed de la Palabra, nos ha llevado a la humildad para llenarnos después de su Consolación.
La Palabra ilumina nuestra historia y las lágrimas son la expresión del consuelo y de la alegría al escuchar la voz de un Dios que nos habla porque nos ama. Bienaventurados los que lloran porque serán consolados.
Una Palabra que, como proclama Jesús en Nazaret, nos llena del Espíritu para cumplir con la misión de anunciar el Evangelio. Para, con Cristo y en Cristo, poder llevar la buena nueva a los pobres, anunciar la liberación y la curación en este año de gracia que ha inaugurado Jesús.
La Epístola nos recordaba que esta Palabra nos ha hecho Cuerpo de Cristo para ser sacramento de Salvación. Para mostrar a los hombres que es posible vivir el Amor y la Unidad, gracias a compartir la misma fe, el mismo Espíritu. Una fe y un Espíritu que nos ha llevado a aceptar este cuerpo que no hemos escogido, que se nos ha dado, a aceptar nuestra humanidad (nuestra creaturalidad) y a aceptar también este otro Cuerpo, que no hemos escogido, que se nos ha dado: el cuerpo de Cristo, la humanidad, la creaturalidad de los que somos miembros.
El Salmo nos invita a bendecir al Señor por la sabiduría que contiene esta Palabra. Una sabiduría verdadera, recta, límpida, luminosa, fiel, estable que simplifica la vida de quien la acoge y le hace entrar en el descanso.
Bendigamos al Señor y hagamos Eucaristía porque ha sido fiel y ha cumplido la promesa que nos hizo al entregarnos la Iglesia las Escrituras con el compromiso de abrirlas para nosotros. “Recibe las promesas hechas a nuestros antiguos Padres, recíbelas cumplidas en nuestro Señor Jesucristo, que esta Palabra aceptada por ti te lleve a la Vida Eterna”.
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