Domingo 7 Tiempo Ordinario "C"


1 S 26, 2.7.12-13.22-23

Sal 102

1 Co 15, 45-49

Lc 6, 17.27-38

 

Hemos sido creados para ser Imagen de Dios y somos felices cuando lo vivimos. Este año Jubilar viene a recordarnos esta vocación a la santidad, como lo hace el Evangelio que hemos proclamado: sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso, San Mateo dice: Sed perfectos, como vuestro Padre es perfecto. Dios es perfecto en la misericordia, perfecto en el amor.

 

El Salmo que hemos cantado es una alabanza a esta perfección del Dios que es Amor. Un amor que abarca a todos, un amor gratuito y sin límites. “El que tus culpas perdona, que todas tus dolencias cura, te colma de amor y ternura, colma de bienes tu existencia”. 

 

Pero la segunda lectura ya nos decía que vivir esa santidad de Dios, esa perfección en el amor no es posible para el hombre terrenal. Necesitamos resucitar con Cristo. O como dirá Jesús a Nicodemo, necesitamos nacer de nuevo, nacer del agua y del Espíritu, porque “lo nacido de la carne es carne, y lo nacido del Espíritu es espíritu”.

 

Por eso, Jesús no se dirige a todos, sino como aparece en el Evangelio: “a vosotros los que me escucháis”. Podemos escuchar a Cristo porque “el Señor nos ha abierto el oído para que podamos escuchar como discípulos”. Y el discípulo hace lo que ha visto a hacer a su maestro. Él nos ha amado cuando éramos sus enemigos, Como dice el Canto del Siervo de Yahvé: “Fue herido por nuestras faltas, molido por nuestras culpas. Soportó el castigo que nos regenera. Fuimos curados con sus heridas”

 

Ni el Señor ni la Iglesia nos han engañado nunca. Ya desde el inicio se nos ha invitado a entrar en la Iglesia para cumplir la misión de la Iglesia, que no es otra que la misma de Cristo: Asumir y detener en nosotros mediante el perdón y el amor la cadena de mal y de odio que padece la humanidad. Vivir lo que nos dice la carta a los Romanos: “No te dejes vencer por el mal, sino que vence el mal con el bien”. Es lo que pide San Francisco en su preciosa oración que se inicia con “Hazme, Señor, un Instrumento de tu amor”.

 

Y ¿Quiénes son los enemigos? Todo el que te hace daño, pero para hacerte daño ha de estar cerca de ti. Los que más tienen el poder de hacernos daños son los que más nos importan, con los que más nos relacionamos. Dice el Salmo: “Es mi amigo íntimo, en el que más confiaba, el primero en traicionarme”. Nuestra familia, nuestra comunidad.  Es allí nuestra escuela, y nuestra primera misión.

 

Imposible sin la unidad profunda con Cristo, sin recibir a Cristo, sin su Espíritu, si Cristo no vive en ti. Demos gracias a Dios porque todo ello se nos da en la Eucaristía.

Comentarios

Entradas populares