Domingo 2º Cuaresma "C"
Gn 15, 5-12.17-18
Sal 26
Flp 3, 17 – 4, 1
Lc 9 , 28-36
En el primer domingo de Cuaresma proclamamos que el camino cuaresmal nos lleva a participar de la victoria de Cristo sobre las tentaciones. En este segundo domingo la Palabra de Dios nos recuerda que el camino cuaresmal nos lleva a resucitar con cristo, a ser transfigurados con Cristo.
Así aparece claramente en el prefacio que proclamaremos y al que responderemos con el Santo, santo, santo. Dice el prefacio que Jesús, “después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró en el monte santo el resplandor de su luz, para testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas,
que, por la pasión, se llega a la gloria de la resurrección”.
Esto mismo lo proclamaba Pablo en la epístola a los Filipenses: “Él transformará nuestro cuerpo humilde según el modelo de su cuerpo glorioso”, y lo hará, lo está ya haciendo, porque somos ya ciudadanos del cielo (en el bautismo nos escribieron en el libro de la vida, en el registro de los ciudadanos del cielo).
Para poder vivir esa transformación, esa transfiguración, la Palabra de hoy nos indica dos líneas fundamentales de la vida cristiana, pero especialmente de la cuaresma. En la carta de los filipenses el apóstol nos invitaba a no vivir como enemigos de la Cruz de Cristo, o lo que es lo mismo, a abrazar la Cruz de Cristo y el evangelio nos exhortaba a escuchar la Palabra de Cristo, el hijo amado que nos hace hijos. También lo hacía la Oración colecta: “OH, Dios,
que nos has mandado escuchar a tu Hijo amado, alimenta nuestro espíritu con tu palabra; para que, con mirada limpia, contemplemos gozosos la gloria de tu rostro”
Aunque hemos creído en la promesa de esa transfiguración. como Abraham, como los apóstoles nos cansamos, nos dormimos. Como Abraham, una promesa nos ha puesto en camino. Como los discípulos, hemos respondido a la llamada de Cristo y hemos empezado a seguirle, pero somos débiles. Nos desanimamos si el cumplimiento de las promesas tarda. Nos escandalizamos cuando aparece la Cruz.
Por ello, la Palabra de Dios que hemos proclamado nos daba una garantía de que esa transformación será posible. El fuego, la luz nos anuncia la proximidad de la Pascua. En el Prefacio Ordinario VIII proclamamos que “Por este don de tu gracia, incluso cuando nos vemos sumergidos en la noche del dolor, vislumbramos la luz pascual en tu Hijo, muerto y resucitado”.
Pero, sobre todo esa alianza que Dios hace con Abraham y no permite que Abraham la haga. Porque es una alianza en la pura gratuidad de su amor. Como lo es la Nueva Alianza que ahora renovaremos en la Eucaristía: es Él el que se ha comprometido a llevarnos a la Transfiguración, a la Resurrección, a la Vida Eterna. Confesemos nuestra fe en este amor gratuito de Dios.
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