Domingo 3 Cuaresma "C"
Ex 3, 1-8.13-15
Sal 102
1 Co 10, 1-6.13-15
Lc 13, 1-9
Para animarnos a seguir y vivir este itinerario cuaresmal, la Palabra de los dos primeros domingos de Cuaresma proclamaba que este camino nos lleva a vencer las tentaciones con Cristo y a participar de su Transfiguración, de su Resurrección. Este domingo la Palabra, especialmente el Evangelio, nos recuerda que si bien Dios nos invita y nos da los medios, no pasa por encima de nosotros, de nuestra libertad, y nos pregunta si realmente reconocemos que necesitamos la conversión y a no desaprovechar este Kairós, este tiempo de gracia, de paciencia de Dios.
Para ello, la 2ª lectura pone delante de nosotros la historia del pueblo de Israel. Y, ante esta historia, nos invita a preguntarnos: ¿Qué es lo que codiciamos hoy? ¿Cuáles son nuestros Ídolos hoy? Para que así, en la Pascua, renovando nuestro bautismo, renunciamos a ellos. Y a que nos preguntemos también: ¿Qué es lo que nos lleva a murmurar hoy? ¿Cuál es nuestra Cruz hoy? Para poder besarla el Viernes Santo.
Es importante que no desaprovechemos este camino Cuaresmal porque, como nos recordaba la 1ª lectura, Cristo ha iniciado un nuevo Éxodo en esta generación y cuenta con nosotros. Para ello, ha combatido con nosotros para que conociéramos nuestra debilidad y nos apoyáramos en él, como como hizo con Jacob. No fue necesario con Moisés, porque como hemos visto, él era consciente de su debilidad y por eso le revela su Nombre. También en nosotros, tras el combate, nos ha revelado su Nombre y nos ha invitado a conocerlo en nuestra historia.
Como hemos proclamado en el Salmo, él nos ha mostrado sus caminos y la fuerza que tiene invocar su Nombre. Y, como a Moisés, también a nosotros nos envía a Egipto, a Galilea, al mundo para dar testimonio de este Nombre, del Camino que Él ha abierto, a combatir con los faraones, y a dar signos que llamen a la fe y sean una invitación a nuestros hermanos a ponerse en marcha, a unirse a este nuevo Éxodo que Cristo ha abierto para todos.
En esa misión, nos invita a aprender de Él que es manso y humilde de corazón. A no desesperar nunca de nadie y a no impacientarnos, sino a unir nuestra paciencia a la de ese viñador que no se cansa de cuidar esa higuera, esperando contra toda esperanza, que algún día dará fruto.
Frutos de humildad, sencillez y alabanza, frutos de comunión como los que hoy, por para gracia, ponemos ante el altar en esta Eucaristía.
Comentarios
Publicar un comentario