Domingo 2 Pascua "C"


Act 5, 12-16

Sal 117

Ap 1, 9-13.17-19

Jn 20, 19-31

 

Somos afortunados, hermanos, de poder celebrar este domingo tan lleno de significado. Celebramos, ante todo, la Octava de Pascua. Lo que celebramos en la Pascua es tan grande que no cabe en nuestros esquemas de espacio y tiempo. La Pascua es un sacramento que nos abre la puerta de la escatología. Es una pregustación de la eterna fiesta que será el cielo. Un memorial de que “ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni cabe en la imaginación lo que Dios tiene reservado” para los suyos.

 

Pero, también, en sintonía con lo que hemos proclamado en la 1ª lectura, celebramos el domingo de la Misericordia.El poder de curación, de sanación, que brota del corazón misericordioso de Cristo Resucitado es infinito. Él ha cargado con todos nuestras enfermedades y con sus cicatrices hemos sido curados.

 

Como nos recordaba el libro del Apocalipsis, él ha entrado en la Muerte pero ahora vive y tiene las llaves de la muerte y del abismo. Cristo, presente en medio de su Iglesia, confiere este poder de misericordia a sus apóstoles y discípulos, a nosotros. Somos testigos de la resurrección,  enviados a llevar este poder de misericordia, de curación, de perdón que brota del Corazón de Cristo. 

 

Este corazón traspasado, lleno de ese amor, esa ternura, esa misericordia que muestra con Tomás. No juzguemos a Tomás. La duda es un pecado que puede escandalizarnos hoy, cuando a lo mejor, por gracia de Dios,  mostramos ya más comprensión por otros pecados.  Es cierto que la duda, la incredulidad abre las heridas de Cristo, abren de nuevo sus llagas, hacen sufrir al cuerpo de Cristo.   

 

Pero, las dudas de Tomás forman parte del Evangelio. Son una buena noticia para nosotros y para todos los que en el combate de la fe pueden verse asaltados por la duda, por la incredulidad. Cristo muestra su amor hacia Tomás, porque en las palmas de sus manos, en sus llagas lleva grabado su nombre, como lleva grabados nuestros nombres.

 

Hay un himno de Vísperas que canta: “Que yo comprenda, Señor mío, al que se queja y retrocedeQue el corazón no se me quede desatendidamente frío”. Nos unimos más profundamente a Cristo en la Eucaristía, compartimos su muerte y su resurrección, para llenarnos de su misericordia y así poder comunicarla allí donde el Señor nos lleve. 

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