Corpus Christi "C" 2025
Gn 14, 18-20
Sal 103
1 Co 11, 23-26
Lc 9, 11-17
Por su encarnación, muerte, resurrección y ascensión Jesucristo es Sumo Sacerdote Eterno. Lo es porque intercede continuamente ante el Padre, porque a través de Él le llegan nuestras suplicas, nuestras oración, y a través de Él nos llegan todas las dones, todas las bendiciones, especialmente el Don que es la suma de todos los dones, la Bendición que reúne todas las bendiciones: El Espíritu Santo.
En el Bautismo, recibimos por obra de ese Espíritu Santo, la Vida Divina que nos hace Hijos de Dios. Pero esa Vida Divina necesita ser sostenida, necesita ser alimentada. Una Vida que no se alimenta muere. En la Eucaristía Cristo nos alimenta partiendo para nosotros, ante todo, el Pan de la Palabra, como hace en el Evangelio repartiendo los cinco panes que representan la Torah y los dos pesces que representan los profetas mayores y menores.
Tras la mesa de su palabra, en la que nos alimentamos con el oído y el corazón, prepara otra mesa frente a nuestros enemigos: nos parte y reparte el Pan de su Cuerpo que alimenta nuestro ser Hijos de Dios y riega esa Vida Divina con su Sangre.
El alimento natural que tomamos pasa a ser carne de nuestra carne, sangre de nuestra Sangre. Cuando nos alimentamos de la Eucaristía Cristo pasa a ser Carne de nuestra carne y Sangre de nuestra sangre. Pero a diferencia del alimento natural, somos nosotros los que pasamos a ser Cuerpo y Sangre de Cristo. La Eucaristía nos une los unos a los otros y todos a Cristo, formando un solo Cuerpo: Su Iglesia.
La celebración de hoy nos invita a dar Gracias por este Don de la Eucaristía que nos une a Cristo y hace de nosotros un solo Cuerpo. Para vivirlo, necesitamos conocernos, rezar los unos por los otros, compartir lo que somos y tenemos. Es imposible sentirse así cuando celebramos en una asamblea multitudinaria de gente que no se conoce ni se relaciona. Por eso el Señor nos va llevando a ser quizás no tantos, pero poco a poco va transformándonos en una comunidad que se conoce y se quiere.
Hay cuatro momentos que expresan muy bien esa obra del Señor. El momento de darnos,“ de corazón”. la Paz. Por eso nos la damos antes del ofertorio para ofrecernos unidos como ofrenda agradable a Dios y celebrar así el sacrificio espiritual. También cuando en la consagración contemplamos y recibimos la bendición con el Cuerpo y la Sangre de Cristo. En tercer lugar cuando nuestro “Amén” tras la consagración es consciente y firme, por eso es tan importante que toda la Asamblea responda cantando. Y, por último, el gesto de partir el pan: el Cuerpo de Cristo estará presente, partido, en cada uno de los comensales y sólo vuelve a ser un único Pan, un único Cuerpo cuando los hermanos, templos de Cristo, se unen en comunión y amor.
Comentarios
Publicar un comentario