Domingo 14 Ordinario "C"
Is 66, 10-14c
Sal 65
Gal 6, 14-18
Lc 10, 1-12.17-20
Conviene recordar que la palabra de Dios es siempre para todos los que la escuchan. El Evangelio de hoy no es solo para los presbíteros, religiosos, o misioneros. Todo Cristiano, por su bautismo, es un misionero, un enviado. Es cierto que nuestra mayor alegría es que, precisamente por ese bautismo, nuestros nombres están inscritos en el cielo.
Pero, el bautismo nos ha unido profundamente a Cristo y nos ha hecho compartir con Él su mismo Espíritu. Un Espíritu que nos da a conocer el amor que siente el Padre por todos los hombres, pero especialmente por aquellos que se hallan en sufrimiento, aquellos que viven en la oscuridad, en el sin sentido, que viven prisioneros de tantas esclavitudes físicas, económicas, psicológicas, morales. Aquellos que viven bajo el peso de una Cruz que no entienden y que les aplasta.
En el bautismo se nos marcó con la señal del Cristiano, que no es ya la circuncisión como en el pueblo de la antigua alianza, sino la señal de la Cruz; una Cruz que, iluminada por la muerte y resurrección de Cristo, no es ya un signo de ignominia, sino, como ha afirmado Pablo en la epístola, un motivo de gloria. La Cruz para el Cristiano es Gloriosa porque es la prueba del amor de un Dios Padre que nos corrige para hacernos pequeños, humildes, solidarios. Si cualquier padre tiene el deber de corregir a sus hijos para ayudarlos a madurar y a vivir honradamente los años de su vida, mucho más Dios Padre que ha prepararnos para una Vida que no termina, una Vida Eterna.
Pero, después de la corrección, Dios que es también Madre, nos trae el consuelo, como nos recordaba la primera lectura: “ como una madre consuela a su hijo, así os consolaré yo y en Jerusalén seréis consolados”. Por medio de la Cruz Dios corrige a todo hombre en su historia, pero Él envía a Cristo y a sus discípulos a testimoniar y ofrecer la reconciliación y el consuelo a todos.
La corrección y el consuelo dan como fruto la Paz, el Shalom que es signo de la presencia del Reino de Dios y nuestro bautismo nos hace misioneros y testigos de este Reino.
Aunque haya cristianos que, movidos por el Espíritu, estén dispuestos a ir a todas partes a llevar este anuncio, “Caritas Christi urget nos”, la caridad de Cristo nos mueve a todos (niños, jóvenes, casados, solteros, ancianos, enfermos) a testimoniar este amor a nuestro prójimo, al que tenemos más cerca y que necesita consuelo. Si el Señor nos lo concede, estamos en el camino del Shemá: la mejor manera de amar a Dios y al prójimo es anunciar el Evangelio.
Y nos invita a hacerlo evangélicamente: como corderos, mansos y humildes, sin exigencias ni pretensiones, desde nuestra precariedad y nuestra pobreza.
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