Domingo 18 T. Ordinario "C"


Ecles 1,2; 2, 21-23

Sal 89

Col 3, 1-5.9-11

Lc 11, 13-21

 

Si escuchamos con atención, el Evangelio tiene siempre el poder de sorprendernos, incluso de escandalizarnos. El hermano que se acerca a Jesús sufre una injusticia, una injusticia que es un mal persistente en la historia de la humanidad: mientras unos acumulan riquezas, otros pasan necesidad. Y ante la injusticia nos sublevamos. Cómo se sublevaba Marta ante la injusticia de tener que cargar ella con todo el trabajo de la casa. 

 

Lo normal, lo que hubiéramos hecho nosotros, sería decirle a María que ayudase a su hermana, y exigirle al hermano que se había quedado con todo que repartiera Pero, sorprendentemente, quien se acerca a Jesús para quejarse de otro, siempre sale escaldado. Como salen escaldados los viñadores que se quejan al propietario de la viña porque han recibido la misma paga que los que han trabajado menos. 

 

Al que viene a Jesús para acusar a otros, Jesús le responde: el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. O también: Por qué vienes a quejarte de la paja que ves en el ojo de tu hermano, cuando no ves la viga que hay en el tuyo? Esa viga que hay en tu ojo es la codicia y la codicia, el afán de dinero, como ilumina la propia Palabra, es la raíz de todos los males. 

 

Como nos recordaba el Eclesiastés, la codicia es una esclavitud que convierte la vida en una maldición. La codicia te aparta del Camino de la Vida, de una Vida que sólo tiene sentido cuando puedes amar a Dios, cuando puedes confiar en su providencia de Padre, cuando puedes amar al prójimo en una verdadera hermandad, en una verdadera fraternidad. 

 

La codicia tiene su sede en un corazón humano enfermo. Enfermo a causa del pecado. Enfermo de miedo, enfermo de inseguridad, enfermo por vacío de amor. Y por eso, puedes intentar cambiarlo todo, puedes intentar hacer leyes, intentar perseguir la corrupción, pero si no cambias el corazón del hombre, las injusticias no dejaran de brotar.

 

Jesús no viene a poner parches, viene a atacar el mal en su raíz, a cambiar el corazón del hombre. A librarnos del miedo a la muerte, el miedo al futuro. Viene a darnos un corazón capaz de confiar en el Padre, un corazón que encuentre su alegría en compartir, en vivir los bienes de arriba (el amor, la comunión, la generosidad). Y lo hace, cargando él con las injusticias, cargando con el pecado siendo inocente.

 

En la Palabra de Dios se encuentra la verdadera sabiduría, la sabiduría de los pobres. De los humildes, de aquellos que como proclamábamos en el Salmo Responsorial,  aceptan la corrección de Dios, y han aprendido a calcular sus años para adquirir un corazón sensato, un corazón sabio.

 

Busquemos los bienes de arriba, busquemos el Pan de Vida y el Vino del Espíritu. Vivamos la Eucaristía.

 

Comentarios

Entradas populares