Domingo 22 T. Ordinario "C"
Eclo 3, 17-20.28-29
Sal 67
Hb 12, 18-19.22-24
Lc 14, 1-7-14
Espero que ninguno haya escuchado las palabras de Jesús en el Evangelio como una invitación a la estrategia Aunque, en el fondo, lo que quieres es ocupar los primeros sitios, ser el primero, como hacerlo descaradamente no está bien visto y se te va a ver el plumero, se va a ver tu orgullo, tu soberbia, es mejor jugar a ser humildes.
Pero el Señor quiere que aprendamos que la soberbia, el orgullo, es el primero de los pecados capitales. Es el que nos aparta de la salvación, del amor a Dios y a los hermanos, de vivir el Reino de Dios al que sólo se entra desde la humildad. El orgullo es el que nos impide vivir su Amor, vivir la Gratuidad.
El orgulloso cree que se le debe todo, mientras que el humilde sabe que no merece nada y todo lo que recibe es un regalo. Sabe que si es un don vivir en los atrios de la casa del Señor, lo es mucho más estar sentado a la mesa del Señor ocupando el penúltimo sitio, porque el último lo ocupa el mismo Cristo.
El humilde vive con alegría y responsabilidad lo que hemos proclamado en la Carta a los Hebreos. Es consciente de que no puede despreciar el hecho de que Dios venga a nosotros manso y humilde, con ternura y delicadeza, en vez de atemorizarnos con muestras de su poder.
Esa gratuidad es la que hace de nuestra vida una acción de gracias y la que nos permite dar gratis lo que hemos recibido gratis. Por eso, como apunta Jesús en la última parte del Evangelio que hemos proclamado, el cristiano puede invitar a comer a los que no pueden corresponder, puede hacer el bien sin mirar a quien, sin pedir nada a cambio.
Toda la palabra de hoy viene a recordarnos el inmenso amor de Dios hacia los pobres, hacia los humildes. Y nos invita a dejarnos llenar de ese amor, a dejar que Dios nos ame en nuestra pobreza, para que podamos ser testigos e instrumentos de ese amor. Para ello, necesitamos vivir la humildad, que es la verdad.
Pero sabemos bien que la humildad no es algo a nuestro alcance, es un regalo, es un don. Por eso, la primera obra que hace el Señor en nosotros es empezar a gestar en nosotros la humildad, corrigiendo nuestro orgullo, un orgullo que es siempre diabólico, a través de la cruz, de los fracasos, de los errores, de nuestros pecados, de las humillaciones. Recordemos lo que nos decía la carta a los hebreos el domingo pasado: aceptemos la corrección, porque el Señor corrige a sus hijos.
En la Eucaristía el Señor nos invita a su mesa gratuitamente, conociendo nuestra pobreza Conociendo nuestra hambre y sed de Verdad, de Vida verdadera, de Amor, de Dios.
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