Domingo 23 T. Ordinario "C"
Sb 9, 13-19
Sal 89
Film 9-17
Lc 14, 25-33
En este año “C” del ciclo litúrgico, los domingos estamos proclamando el Evangelio según San Lucas. Todos los Evangelios proclaman la Buena Nueva del amor que nos tiene Dios Padre, de la Salvación que ha venido a traer Jesucristo y del don del Espíritu a todo el que cree. Pero cada evangelista destaca algunos aspectos de esa Buena Noticia.
Una de las características del Evangelio de Lucas es destacar especialmente el amor de Dios hacia los pobres. El amor de Dios hacia los pequeños, hacia los pecadores, hacia los humildes. Para ellos es en primer lugar el Evangelio, y ellos son los primeros llamados a seguir a Jesucristo, a entrar en el Reino de Dios, a ser los testigos del amor gratuito de Dios.
San Lucas no sólo se refiere a los pobres en espíritu, sino a los pobres de todo tipo. El pobre es el que puede ni quiere poner su seguridad en sí mismo, ni en su propia inteligencia, ni en su propia justicia, ni en sus propios bienes o riquezas. El Evangelio es una invitación a entrar en el Reino de Dios y es “más fácil que un camello pase por el agujero de una aguja que un rico entre en el Reino de Dios”. Se entra en el Reino para servir a Dios y es claro que “no se puede servir a Dios y a las riquezas, a los bienes”.
La Palabra de Dios, especialmente la 1ª lectura y el Salmo de hoy, nos invita a conocer y aceptar nuestra pobreza, pues somos pobres aunque no queramos verlo ni serlo. La humildad es la verdad, y la verdad es que somos muy poca cosa, nuestra vida es muy breve y precaria, nuestra inteligencia es muy limitada, nuestro pensamiento y nuestra voluntad son muy débiles, y nuestra ambición de grandes construcciones y de grandes batallas son una locura.
Por eso, el Señor, que nos ama y nos corrige nos invitaba a calcular nuestros gastos, a calcular nuestras fuerzas, sobre todo si queremos seguirle. Calcular nuestros gastos es aceptar lo que dice el mismo Jesús: “Sin mi no podéis nada”. Pues… “si el Señor no construye la casa, si el Señor no guarda la ciudad, si no combate nuestras batallas”…. La ruina está asegurada.
El evangelio nos invitaba a calcular nuestros gastos y en el Salmo pedíamos al Señor que nos enseñara a calcular nuestros años para poder pedir un corazón sensato. Para poder pedir la sabiduría de la Cruz. Seguramente los hermanos más antiguos en el Camino cada vez valoran más la verdad y el descanso que contiene las palabras del Salmo que dice: “Señor, mi corazón ya no es ambicioso, ni anhela cosas que superan mi capacidad. Como un niño amamantado en brazos de su madre, espero y confío”,
En la segunda lectura vemos a San Pablo como invita a Filemón, como lo ha hecho con Onésimo a aceptar la historia, a aceptar la Cruz. Pues Pablo sabe bien que entrando en la Cruz, aceptando la propia historia, el Señor lleva a cabo una realidad nueva: nos introduce como hijos libres en su propia familia, una familia donde no hay hombre ni mujer, joven ni viejo, esclavo ni libre, catalán ni castellano, sino donde se vive una auténtica fraternidad.
Para ello, necesitamos amar a Cristo, unirnos profundamente con él, recibirlo como hemos hecho con su palabra, y haremos ahora con su Cuerpo y su Sangre.
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