Domingo 26 T. Ordinario "C"
Am 6, 1.4-7
Sal 145
1 Tm 6, 11-16
Lc 16, 19-31
Hemos proclamado en el Evangelio una parábola de Jesús. Siempre que escuchamos una parábola, hemos de recordar lo que el mismo Jesús nos advierte tras narrar una parábola: “Quien tenga oídos para oír, que oiga”. Es decir: no es sólo importante lo que escuchas, sino cómo lo escuchas. Porque dependiendo de lo que hay en tu corazón entenderás la parábola de una manera o de otra.
La Parábola es un midrash, es como un cuentecillo, como una fábula. Un cuentecillo, una fábula no está hecha para interpretarla al pie de la letra. Si interpretamos esta parábola al pie de la letra descubrimos muchas incoherencias, muchas contradicciones:
- ¿Cómo puede haber comunicación entre el Cielo y el Infierno?
- Por muy mal que se haya portado el rico, hay desproporción enorme entre el pecado y la condena. Y el pobre... ¿qué ha hecho de bueno para merecer el cielo
- Si el hombre malvado se arrepiente hasta aceptar su condena y preocuparse por sus hermanos… ¿cómo es que no se le perdona?
- ¿quiere invitarnos la parábola a hacer el bien, al amor, por miedo al castigo, por miedo a Dios?
En un midrash, en un cuentecillo o fábula, así como en la parábola lo importante es la “moraleja”, la enseñanza y a quien se dirige. La parábola no va para los pobres. El salmo nos recuerda el gran amor de Dios y su providencia para con los pobres. El mensaje va a los fariseos, al fariseo que hay en nosotros. Y el mismo Jesús nos la da al final del Evangelio el mensaje de la parábola para nosotros: lo importante es la Conversión hoy, no cuando no haya posibilidad. Y para convertirte hoy no tenemos que exigir milagros, ni pruebas. Se trata de escuchar: “Si hoy escucháis su voz no endurezcáis el corazón”. Se trata de escuchar a Moisés y a los profetas y fiarte de lo que dicen.
¿Qué nos dice Moisés? Que nuestra felicidad, nuestra realización, el Cielo están en poder amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Y ello es imposible si se ama el dinero y se va tras él. Es imposible desde la instalación, desde el hedonismo, desde un corazón egocéntrico y egoísta, cerrado a los derechos y necesidades del prójimo, como denunciaba el profeta Amós.
¿Qué nos dicen los profetas? Que para vivir ese amor a Dios y al prójimo necesitamos un corazón y un espíritu nuevos.Necesitamos el Corazón manso, humilde y misericordioso de Cristo y necesitamos el Espíritu de Caridad de Cristo.
Como vemos en la escena de la Transfiguración: Moisés y los profetas nos llevan a Cristo. Por eso, como la Voz del cielo proclamaba, necesitamos escuchar a Cristo, necesitamos acoger a Cristo, necesitamos que Cristo viva en nosotros. Necesitamos alimentarnos de Cristo y compartir con los pobres no las migajas, sino todo el amor que el Padre tiene y que Cristo ha mostrado hacia los pobres.
Escuchando de corazón a Moisés y a los Profetas, acogiendo a Cristo, vemos cumplirse en nosotros la exhortación que Pablo hace a Timoteo . Lo que ha sido la vida misma de Pablo. Poder vivir nuestra Vida como un testimonio de la obra que ha hecho Cristo en nosotros librándonos de tantas esclavitudes, dando muerte al hombre viejo, egocéntrico, egoísta y fariseo y llevándonos al descanso y a la acción de gracias en el Reino de la Gratuidad.
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