Solemnidad de Cristo Rey
2 Sa 5, 1-3
Sal 121
Col 1, 12-20
Lc 23, 35-43
La fiesta de Cristo Rey la instituyó el Papa Pio XI en el 1925, hace cien años. La instituyó en la conmemoración de los 1600 años del Concilio de Nicea cuyo Credo proclama “Y su Reino no tendrá fin”. En un contexto todavía de Cristiandad quería recordar a los gobernantes cristianos la preeminencia de la leyes divinas. Se celebraba el último domingo de octubre, antes de la fiesta de Todos los Santos. Pablo VI, tras el Vaticano II, cambia la fiesta al último domingo del año litúrgico, y cambia el sentido y el contenido de esta solemnidad.
Al final del año litúrgico la fiesta viene a recordarnos que Cristo es el sentido de nuestra vida y de nuestra historia, el sentido de la historia de la humanidad. Porque es “Evangelio”, es buenísima noticia que Cristo sea el Alfa y la Omega: el principio porque hemos sido creados en Él, y el Fin porque hemos sido creados para Él, como nos recordaba la Epístola a los Colosenses y que es eco de lo que proclama el Evangelio de Juan: “En el principio estaba la Palabra (Cristo)… todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la Vida” (Jn 1,1-3). Es un gran consuelo y da paz saber que sin Cristo Dios no nos había creado, pues nos ha creado para la Vida y la Luz, no para para el sufrimiento, la muerte, la oscuridad.
Dios creó al hombre para ser Rey de la creación, pero el pecado lo ha encadenado a tantas esclavitudesPues “todo el que comete pecado es un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre; mientras el hijo se queda para siempre. Si, pues, el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres (Jn 8, 34-36).
La desobediencia nos llevó al pecado y a la esclavitud . Pero, como hemos proclamado en el Evangelio, la obediencia de Cristo hasta la muerte y muerte en Cruz revela no sólo que en la obediencia al Padre se encuentra la plenitud de la libertad y del amor, sino que en Cristo, en la confesión de Cristo como Rey (como hace el buen ladrón en el Evangelio) encontramos la libertad y el amor que nos permite reinar con él.
La fe nos hace entrar en el Reino de Dios y el bautismo nos hace Reyes con Cristo. En el prefacioproclamaremos, porque hemos empezado a vivirlo, que es el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz. Y en el Padrenuestro pediremos que se haga la voluntad del Padre y que este Reino llegue a todos y que nos haga a nosotros, sus hijos, anunciadores de este Reino.
Demos gracias al Padre porque nos ha dado un Rey que es carne de nuestra carne, como nos recordaba la 1ª lectura. Un rey que viene a nosotros con un corazón manso y humilde; que, como hemos proclamado en este año jubilar, viene a traer el año de gracia del Señor, que viene “para anunciar a los pobres la Buena Nueva, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos” (Lc 4, 18). Pero vendrá de nuevo, glorioso, para iluminar la verdad, para hacer Justicia y para revelar su Reino.
Proclamemos pues nuestra fe y celebremos la Eucaristía en la que alzamos la copa de la bendición, la copa que significa y realiza el Reino que Cristo ha preparado para nosotros.

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