Todos los Santos 2025


Ap 7, 2-4.9-14

Sal 23

1 Jn 3, 1-3

Mt 5, 1-12a

 

Entramos en el último mes del año litúrgico.  Este mes, que se inicia con la Solemnidad de Todos los Santos y la Fiesta de los fieles difuntos, nos invita a mirar hacia el final de nuestra vida, final que es también el sentido, el destino de nuestro caminar, puesto que somos caminantes, peregrinos.

 

Y se nos invita a mirarlo con Esperanza.  Con más motivo cuando todavía estamos en este año Jubilar de la Esperanza. Esa esperanza que es el alma del libro del Apocalipsis que proclamaremos como primera lectura en la liturgia de hoy y en la de mañana. El libro del Apocalipsis que viene siempre a sostener a la Iglesia, a la comunidad, en su combate por mantener la fe, para seguir caminando: “la esperanza es la que nos purifica”.

 

Para abrirnos a la Esperanza la Palabra tiene que combatir con nuestro pesimismo y derrotismo, fruto de mirarnos a nosotros mismos. Al ver cómo está el mundo, al mirarnos a nosotros mismos, puede surgir aquella pregunta: “Señor, ¿serán muchos los que se salven?”. Sabemos que Jesús responde con dureza, pero… ¿por qué?

-       La pregunta misma muestra el desconocimiento de Dios, la sordera a las palabras de Jesús: “Dios quiere que todos los hombre se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad”, esa Verdad que es Dios mismo como Padre, como Amor, pues la “Salvación está en que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo”.

-       Una pregunta que surge de creer que la Salvación hay que ganarla, olvidando que todo, incluso la misión, es puro de Dios, pura gracia.

 

El Apocalipsis responde a la pregunta de cuántos se salvan: una multitud incontable de toda raza, pueblo y nación: Todos los que el Señor ha salvado de la gran tribulación, los que en el bautismo han sido insertados en la Santidad de Cristo, en el cuerpo Santo de Cristo, y los que han combatido para mantenerse unido a él, para dar testimonio de su amor salvífico.

 

La Liturgia celebra nuestra fe y hoy celebramos que creemos en la Santa Iglesia de Dios y en la Comunión de los santos, sus miembros. La comunión entre nosotros, la Iglesia Militante, la Iglesia que se purifica y la Iglesia que ya ha triunfado la que vive plenamente esa filiación divina y esa fraternidad plena que es nuestra vocación como nos recordaba S. Juan. 

 

Aunque todavía peregrinos, en combate, pobres, precarios, sufrientes, perseguidos. Participamos ya de la victoria de Cristo y de nuestros hermanos sobre el pecado y la muerte, participamos de su bienaventuranza y rezamos por los que están siendo purificados, transfigurados, para participar plenamente en ella.

 

El centro de nuestra vida es la acción de gracias: .Y cada vez damos más gracias por tener una comunidad. Demos gracias porque esa comunidad nos une a toda la Iglesia y nos lleva a la Bienaventuranza.

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